Francis Bacon essay on gardens

Dios Todopoderoso fue el primero en plantar un jardín. Este es ciertamente el más puro de los placeres humanos. Es el mayor alivio para el ánimo del hombre, sin el cual los edificios y palacios no son más que toscos trabajos manuales. Cualquiera puede ver que, con el avanzar de las eras hacia la civilización y la elegancia, los hombres aprenden a edificar majestuosamente antes que a hacer jardines del mismo modo, como si la Jardinería implicara mayor perfección. Yo sostengo que, en las disposiciones reales sobre jardines, debería haber jardines para todos los meses del año, de manera que en cada uno se encontraran los productos más bellos de cada estación.

(…)

En cuanto a los jardines (hablando sólo de aquellos que son ciertamente principescos, tal como hemos hecho con los edificios), su extensión no debería ser menor de treinta acres de tierra, y deberían dividirse en tres partes: un prado a la entrada, un páramo o brezal a la salida, además de caminos a ambos lados. Y lo que prefiero es dedicar cuatro acres de tierra al prado, seis al brezal, cuatro y cuatro a cada lado y doce al jardín principal.

El prado proporciona un doble placer: primero, porque nada es más agradable a la vista que la hierba verde bien segada; y segundo, porque deja un bello camino en medio, por el que puede llegarse hasta el majestuoso seto que circundará el jardín. Pero el camino será largo y expuesto al  calor del día y del año, así que no debería pagarse demasiado
para conseguir sombra en el jardín al atravesar el prado al sol sino que debe construirse un paseo cubierto, de carpintería, de unos doce pies de alto, por el que se pueda acceder al jardín siempre a la sombra.

En cuanto a hacer nudos o figuras con tierra de diversos colores, que se colocan bajo las ventanas de casa en el lado sobre el que se alza el jardín, no son más que niñerías: los mismos dibujos pueden hacerse en las tartas.

Lo mejor es que el jardín sea cuadrado, rodeado por sus cuatro lados por un seto majestuosamente arqueado. Los arcos han de levantarse sobre pilares de madera, de unos diez pies de alto y seis de ancho, y los espacios entre ellos deben ser de las mismas dimensiones que el ancho del arco. Sobre los arcos debe haber un seto de unos cuatro pies de alto, también sobre pilares de madera, y encima del seto superior, sobre cada arco, una pequeña torreta, con una cavidad suficiente para albergar un nido de pájaros, y sobre cada espacio entre los arcos alguna otra figura pequeña, con grandes placas redondas de cristales esmaltados de colores, para que el sol refleje en ellos.

Pero mi intención es que este seto se alce sobre un terraplén, no muy empinado sino de suave curva, de unos seis pies, cubierto por completo de flores. También entiendo que este cuadrado del jardín no debería ocupar toda la anchura del terreno, sino que debe dejar a cada lado tierra suficiente para que haya múltiples caminos laterales, a los que
los dos caminos cubiertos conducen. Pero no debe haber caminos con setos a ninguno de los dos lados de este recinto, ni en el extremo, para dejar a la vista este bello seto desde el prado, ni tampoco al fondo, para dejar la vista libre desde el seto hacia el brezal.

Por lo que respecta a la disposición del terreno en el interior del seto, lo dejo a la variedad del diseño, aconsejando no obstante que la forma elegida no sea demasiado elaborada o recargada. A mí, en particular, no me gustan las imágenes recortadas en enebro u otras plantas de jardín, pues considero que son cosas de niños. Los setos pequeños y bajos o redondos, con ornamentos como bonitas pirámides, sí me gustan, y en algunos lugares también las columnas delgadas sobre armazones de madera. También dejaría los caminos despejados y espaciosos. Pueden situarse caminos más estrechos en las tierras laterales, pero no en el jardín principal. También me gustaría, en el centro justo, un promontorio con tres cuestas, y caminos de anchura suficiente para cuatro hombres, rodeándolo a la perfección, sin baluartes ni repujados, y el promontorio entero mediría treinta pies de alto, y construiría algún merendero, con chimeneas finamente ornamentadas y sin muchos cristales.

En cuanto a las fuentes, constituyen una gran belleza y refresco, pero no así los estanques, que lo estropean todo y hacen el jardín malsano, llenándolo de moscas y ranas. Pienso que las fuentes deberían ser de dos tipos: uno, las que salpican y expulsan agua, y otro, un buen receptáculo para el agua, de unos treinta o cuarenta pies cuadrados, pero sin peces, limo o fango. Para las primeras, están bien los ornamentos de figuras doradas que suelen usarse, pero el problema principal es conseguir que el agua no se quede quieta, ni en las tuberías ni en la cisterna, que no se ponga amarillenta, ni verde ni roja ni nada por el estilo, al estar estancada, ni que acumule musgo o putrefacción. Además, debe limpiarse cada día, a mano. También quedan bien unos escalones que conduzcan a ella, y una zona pavimentada. En cuanto al otro tipo de fuente, que podríamos llamar piscina, permite una gran variedad de diseño y belleza, de los que no nos ocuparemos, excepto para decir que el fondo debe estar bien pavimentado y con dibujos, al igual que los lados, y que todo ello ha de embellecerse con cristales coloreados y otros objetos brillantes, y también circundarse con hileras
de estatuas bajas.

Pero el punto principal es aquel que ya he mencionado respecto al otro tipo de fuente, es decir, que el agua esté en continuo movimiento, alimentada por aguas que desde una altura superior a la de la piscina, caigan a ella por hermosos caños, y que luego se descargue bajo tierra, mediante perforaciones similares a aquellos, de manera que no se estanque. En cuanto a los bellos artificios como arquear el agua sin derramarla, o hacer que se alce de diversas formas (como plumas, vasos, doseles y similares), son bellos para admirarlos pero no para la salud y la fragancia.

En cuanto al brezal, que era la tercera parte de nuestro diseño, me gustaría que se dispusiera, en la medida de lo posible, como un páramo natural. No pondría árboles en él, sino sólo algunos matorrales de eglantina y madreselva, entremezclados con algunas viñas silvestres, y cubriría el terreno con violetas, fresas y prímulas, pues éstas son dulces, y crecen en la sombra. Y las dispondría sobre el páramo, aquí y allí, sin orden alguno. También me gustaría colocar pequeños macizos, formando toperas (como los hay en los brezales salvajes), algunos con tomillo silvestre, otros con clavelinas, algunos con germandrina, cuya flor es agradable a la vista, algunos con hierba doncella, algunos con violetas, algunos con fresas, algunos con prímulas, algunos con rosas rojas, algunos con lirios del valle, algunos con clavel del poeta, algunos con eléboro, y otras flores bajas similares, todas ellas de dulce olor y aspecto agradable.

Algunos de estos macizos tendrán pequeños arbustos plantados en su cima, y otros no. Los arbustos serán de rosas, enebro, acebo, agracejo (sólo unos pocos, por el olor de su flor), grosella roja, grosella espinosa, romero, laurel, prímulas, y otras similares. Pero estos arbustos han de mantenerse podados para que no crezcan desmedidamente.

Para las tierras laterales, deben llenarse con multitud de caminos, algunos de ellos cubiertos para dar sombra dondequiera que esté el sol. Algunos deben diseñarse igualmente para dar cobijo cuando el viento sople con fuerza, para poder pasear como en una galería. Esos caminos deben estar rodeados de setos en sus extremos, para evitar que entre el viento, y los más estrechos han de cubrirse de fina gravilla, y sin hierba,
para evitar que haya humedad. Del mismo modo, en muchos de estos caminos han de colocarse árboles frutales de todo tipo, tanto sobre los muros como en filas. Y debería respetarse como norma que los arriates donde se planten los frutales sean bellos y anchos, y no altos, sino bajos, y llenos de hermosas flores, pero pocas y dispersas para no ahogar al árbol. Al final de los dos terrenos laterales colocaría un monte de cierta altura, alcanzando el muro de cercamiento, para poder mirar a los campos.

En cuanto al jardín principal, no niego que debería haber algunos caminos a ambos lados, y algunos penachos de árboles frutales, y cenadores con bancos dispuestos decentemente, pero nada de esto debería situarse muy junto, sino que el jardín principal ha de dejarse como un espacio abierto y libre, y no cerrado. En cuanto a la sombra, yo la limitaría a los caminos laterales, para pasear, si se desea, en los días o años calurosos, considerando que el jardín principal es para las épocas más suaves del año, y en el caluroso verano, sólo para las mañanas y las noches o los días nublados.

En cuanto a los aviarios, no me gustan, excepto si son del tamaño suficiente para cubrirlos de hierba, y contener plantas y arbustos vivos en su interior, de manera que los pájaros tengan más espacio y nidos naturales, y que no haya inmundicia en
el suelo del aviario.

Así he hecho mi diseño de un jardín principesco, en parte por precepto, y en parte trazando no un modelo, sino algunas de sus líneas generales, y sin reparar en gastos. Pero esto no supone nada para los grandes príncipes, que en su mayoría se dejan aconsejar por artesanos que lo disponen todo con no menor gasto, y a veces añaden estatuas y otros objetos similares que aportan solemnidad y magnificencia, pero nada al verdadero placer del jardín.

«Of gardens» in The Essays or Counsel, Civil and Moral of Francis Bacon, (1597), 1625.

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