Schilda

Ciudad-República que no figura en los mapas. Sólo un aspecto de la historia de los habitantes de Schilda parece ser cierto: estadistas y filósofos escogieron el lugar como residencia y, al cabo de un tiempo, una generación entera de sabios virtuosos se congregó en él. Reyes y príncipes de otras naciones no tardaron en considerar un honor invitar a alguno de estos sabios a sus cortes y nombrarlo ministro o consejero particular.

Cuando no quedó más que un solo hombre adulto en Schilda, las mujeres lanzaron el siguiente ultimátum: si sus maridos no regresaban, se buscarían otros hombres. entonces los esposos pidieron a sus respectivos soberanos licencia para regresar. Sin embargo, una vez de vuelta, descubrieron que su presencia era absolutamente necesaria y, decididos a ocuparse de sus intereses sin ofender a sus poderosos amos, concibieron el siguiente plan: empezarían a actuar tan estúpidamente que sus reyes no querrían volver a verlos.

La Asamblea de Schilda constituyó prueba palpable de este comportamiento. Era un edificio alargado, cuadrado y sin ventanas, y se hizo todo lo posible para iluminarlo -se utilizaron palas, cubos, calderos y hasta ratoneras con objeto de recoger rayos de sol-, pero de nada sirvió, de manera que las audiencias y las reuniones se celebraron en la oscuridad.

Pero, desgraciadamente, esta estupidez fingida de los mayores afecto a sus descendientes. Un día la ciudad decidió elegir a un alcalde que no fuera el hombre más sabio e inteligente de todos, sino el más sano y enérgico. El cronista de la ciudad apunta que se trató de un tal Gaspard y que su doctrina extremadamente aislacionista trajo consigo disturbios políticos. (Todos los libros, por ejemplo, debían estar escritos por un natural del país.) Lo único que a Gaspard se le ocurrió para acabar con la inestabilidad reinante fue meter a todos los varones en la cárcel. Finalmente, una carta anónima le acusó de estar al frente de los republicanos, y entonces se arrestó a sí mismo. Como no quedaba nadie para administrar justicia, los habitantes de Schilda languidecían en los calabozos. Pasado un tiempo, sin embargo, barruntaron lo absurdo de la situación y se escaparon de la cárcel, derogaron la antigua constitución y proclamaron una república.

El viajero de visita en Schilda notará inmediatamente que en esta ciudad-república, reina una atmósfera de clase media feliz, de conocimiento superficial. Pensar compete sólo a los filósofos nombrados a tal efecto. Por lo que respecta a la literatura ciertas personas se encargan de explicar al resto lo que deben pensar de este o aquel libro. Estos críticos son tan competentes que la gente ha abandonado completamente la lectura. Los habitantes de Schilda también han dejado de leer poesía en beneficio de estas explicaciones.

El teatro, en cambio, es muy popular. las obras que se representan más a menudo son las de Augusto; cada una de ellas, sin excepción, trata sobre las penas de amor y los desastres que acontecen a los deudores. Estas obras son memorables por su total y absoluta falta de humor, y por las escenas finales, en las cuales nunca falta el personaje generoso que paga por todo.

En cuanto a las escuelas, sólo se permite ser maestros a los ignorantes, con la finalidad de que aprendan algo de los temas que enseñan. Entre tanto, a los estudiantes se les inculca una desconfianza total en el saber, lo cual refuerza en ellos la confianza en sí mismos y les permite desarrollar una originalidad sorprendente de pensamiento y expresión. El ejemplo más elocuente de esta política escolar es el que ofrece un joven ciudadano de Schilda que suele estar encaramado en la rama que se halla a la entrada de la ciudad, ayudando al cucú local en su guerra contra el cucú vecino.

(Erik Kästner, Die Schildburguer, Munich, 1976. Extraído de Manguel, Alberto & Guadalupi, Gianni. Breve guía de lugares imaginarios. 1980)

 

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