Más allá de la sociedad cerrada

«No es cuestión aquí de criticar la indudable altura filosófica de Platón (427-347 a de C.), pero sí cabe señalar los contenido reaccionarios de las aparentemente revolucionarias proposiciones teóricas de su utópica «República». Ciertamente, como otras utopías, la de Platón hay que considerarla, en principio, como una crítica o un rechazo alegórico de la sociedad en la que vivía. También es verdad que una primera lectura, no profundizada, del Estado ideal platónico, puede inducir a creer que la de Platón era una mentalidad clara y globalmente progresista. A su modo, Platón buscaba la concordia y la justicia social, pero desde nuestro tiempo «La República» nos parece un inquietante comunismo aristocrático, valga la paradoja que implica la conjunción de esos términos. Las tesis de Platón también significan una regresión respecto al grado de evolución que el pensamiento político ya había alcanzado en Atenas una generación antes que él. Por ejemplo, Pericles, hacia el año 430 a. de C. sostenía criterios favorables a una sociedad abierta (en concepto de Popper): «Si bien sólo unos pocos son capaces de dar origen a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla». Por el contrario, Platón proponía la organización de una sociedad jerarquizada y cerrada: «De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndole fielmente, y aún en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, o comer…, sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse incapaz de ello».

Algunas de estas tesis las practico la Inquisición, así como los fascistas y los stalinistas. Ese control, incluso de la mente humana, es un feroz antecedente del «Big Brother» orwelliano.

Como ocurre con otros textos utópicos, el de Platón no es exactamente una utopía (según lo que popular y superficialmente se entiende por utopía), sino una distopía. En la «República» viven tres clases sociales: la de los artesanos y agricultores; la de los guerreros, que se ocupan de la defensa contra posibles ataques provenientes del exterior; y la de los guardianes o casta gobernante. Platón proponía llevar una vida sencilla y evitar la acumulación de riquezas, porque ello motiva la envidia y la competitividad y de aquí a la guerra. Para la «clase» de los guardianes la norma en este sentido aún era más tajante: «A nuestros guardianes les está prohibida toda propiedad privada, sea de casas, de terrenos o de otras cosas cualesquiera, puesto que reciben mantenimiento del resto de los ciudadanos, como salario de su oficio». Ahora bien, los guardianes tenían el principal de los privilegios: protagonizar una política eugenésica directamente racista: habían de vivir todos en comunidad y relacionarse asimismo con las mujeres en régimen común, procurando, además, «juntar los mejores de ambos sexos con la mayor frecuencia posible y lo menos posible los peores». Este sistema de procreación militarizado también lo ensayó Hitler. Lo peligroso es esa distinción simplista entre «mejores» y «peores», selección hecha, claro está, desde el particular subjetivismo de quien ejerce el poder (¿mejores? ¿Los rubios o los morenos?, ¿las mujeres altas o las bajitas?, ¿las de pechos grandes o pequeños?, ¿los gordos o los flacos?, etc.). Llevar la norma política a la intimidad de las relaciones entre hombres y mujeres es el peor de los totalitarismos. En la vida amorosa no hay «mejores» ni «peores»: todos somos el o la «mejor» de otra persona. Hay centenares de millones de «mejores» y son muy pocos —ninguno que tenga una auténtica pareja— los «peores». Esa militarización de los contactos eróticos, la ley platónica la imponía asimismo a los que habían de ejercer el poder: Platón pone en boca de Sócrates que ninguno de los guardianes «tendrá mujer propia; asimismo los hijos serán comunes y el padre no conocerá a su hijo, ni el hijo al padre». De este modo «los guardianes considerarán a quienquiera que encuentren como hermano o hermana, padre o madre, hijo o hija». En su férrea lógica Platón llegaba a proponer una pauta común de felicidad: «Nuestro objetivo no es hacer una clase preeminentemente feliz sino hacer a todo el Estado todo lo feliz que sea posible». O sea: ser felices por decreto-ley, con la persona escogida por los gobernantes, a las horas fijadas por el poder. Evidentemente, el pensamiento político platónico suele ser clasificado, por lo general, entre los lejanos precursores de inspiradores de las dictaduras modernas.

A pesar de esa concepción de una sociedad cerrada y sometida a rígidas reglas, en los textos de Platón también existe proposiciones progresistas, como antes sugería: pone de relieve su pasión por la filosofía y, por ende, pide que los dirigentes políticos sean a la vez filósofos y principales educadores de su pueblo, mediante una educación que hoy podemos considerar de las más abiertas, liberadas y contrarias a las reglamentaciones rígidas que antes he indicado, lo que en alguna medida equilibra las consideraciones respecto al complejo pensamiento platónico. Para Platón, en ese contexto, la educación a través de la música había de ser primordial, «porque el ritmo y la armonía penetran en lo más hondo hasta los repliegues del alma y se apoderan con más fuerza de ella». Este mismo criterio es el que también sostiene uno de los principales filósofos del siglo XX, el también utopista Ernst Bloch (1885-1977), para quien «la música es la única teurgia subjetiva. Ella nos conduce a la cálida y profunda morada gótica de la interioridad, donde sólo una luz brilla todavía en el seno de la turbia oscuridad». La música hace volar el pensamiento engranado con los sentimientos, más allás de la realidad gris, superando la sociedad cerrada».

En Sergio Vilar. El viaje y la eutopía. Iniciación a la teoría y a la práctica anticipadoras. 1984 

Deja un comentario