El jardín perdido y la añoranza creadora

«Al terminar el período terciario, una bajada sustancial de la temperatura trae sobre nuestras zonas templadas lo que se llama la primera glaciación. El clima ártico desciende entonces a Europa y Asia abajo. Nuestro pitecoide ve desaparecer los frutos al alcance de la boca, los árboles amigos. Glaciares descomunales se amontonan a diestro y siniestro. El individuo en cuestión se encontró abandonado en una estepa fría, en una tundra mal cubierta de coníferas atormentadas. Lo peor fue que todo género de bestias, nuevas para él, surgían para disputarle el ya asaz magro vegetal. La primera angustia existencial debe datar de aquel tiempo. El prehombre iba a morir.

(…)

La primera noción de existencia del jardín ilumina entonces por primera vez la mente oscura de un pobre cazador famélico. Lo hace en forma de añoranza del Paraíso perdido, en la cual se unen la de los frutos fáciles, de la paz y del clima suave.

Los primitivos cazadores debieron conservar de generación en generación el recuerdo de la pérdida del clima paradisíaco. Para grabar ese recuerdo en la mentalidad prehistórica del hombre, de modo indeleble, vino muy pronto la repetición del fenómeno. El primer período glacial terminó; reapareció el clima tibio y, con él un trasunto del jardín divino. Pero el frío y la miseria volvieron a la carga. Y esto, varias veces a los largo de los siglos. A cada nueva agravación del clima, se reproducía la pérdida de los encantos del parque natural. La angustia del Paraíso perdido se esculpía cada vez más hondamente en el hombre. Como también el deseo y la esperanza del jardín recuperable, de aquéllo que otros han llamado Arcadia».

Nicolás M Rubió y Tudurí. Del Paraíso al jardín latino (1953). Barcelona: Tusquets, 1981.

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